¿Nacemos siendo buenos? ¿Hay en los bebés una bondad innata como nos señalaba Rousseau en su día? Esta es una pregunta que tanto la filosofía como la psicología se ha hecho con frecuencia a lo largo del tiempo. Nos encantaría comprender qué provoca que un momento dado una persona actúe como lo hizo, por ejemplo, Ted Bundy. ¿Fue la educación, la enfermedad o la inclinación libre y voluntaria hacia la maldad?
A día de hoy, todos estos factores son los que siguen teniéndose en cuenta para explicar el comportamiento violento, ese que conforma el lado más oscuro del ser humano. Sin embargo, la idea de que las personas venimos a este mundo con «la bondad de fábrica» o preinstalada es una idea largamente mantenida y aceptada. Asumir esta idea sitúa sobre las familias y la sociedad una enorme responsabilidad.
Es tarea nuestra, como bien sabemos, ser el mejor modelo para nuestros niños. Actuar como facilitadores de la práctica del respeto, del altruismo y de la empatía activa es, sin duda, una prioridad. Ahora bien, existe también otra teoría con peso en este campo. Se trata de esa que nos señala que el conocido como «gen de la maldad» existe y se manifiesta en ciertas personas.
¿Qué implicación tiene algo así? ¿Nos determina quizá de algún modo? Como podemos intuir, este es un tema tan interesante como importante en el que bien merece detenernos un poco. Profundicemos.
¿Es verdad que nacemos siendo buenos?
A la pregunta de si nacemos siendo buenos, tanto la psicología como la neurociencia nos da una respuesta enigmática: el ser humano tiene el mismo potencial para hacer el bien como para hacer el mal. ¿Qué significa esto? ¿Es algo que elegimos? ¿Algo que nos enseñan o es quizá algo genético?
Sigmund Freud ya señaló esto mismo en su día: en las personas habita por igual el instinto de bondad (eros) como el de maldad (tánatos). Esto explica, por ejemplo, que todos en un momento dado podamos actuar de una manera adversa si se dan las condiciones o el contexto.
El mal forma parte del ser humano, al igual que la bondad. Sin embargo, hay un matiz, un detalle determinante: nuestro cerebro está diseñado para la conducta prosocial; por tanto, siempre seremos más tendentes a conductas basadas en el respeto y la concordia.
Los bebés tienen un sentido innato de la moral
Uno de los ámbitos más interesante de investigación para los psicólogos es, sin duda, el de la infancia; de manera más concreta, el universo del bebé. Comprender el tipo de mecanismos sociales y psicológicos que aplican en sus primeros meses y años de vida es un área muy recurrida. De este modo, para comprender si nacemos siendo buenos, se han llevado a cabo diferentes investigaciones.
Una de ellas fue la de la Universidad de Kiyoto, de la doctora Yasuyu Inoue. En ella se estudió la conducta de bebés entre 6 meses y 3 años. Los resultados fueron los siguientes:
- Cuando un bebé de 6 meses ve un juego donde un muñeco agrada al otro, evita después coger o tocar al que ha actuado de manera agresiva. Ocurre lo mismo con vídeos o películas de animación: prefieren al héroe que actúa con respeto, al que salva y produce el bien.
- A esta edad, ya muestran comportamientos altruistas. Son capaces de compartir alimentos y golosinas entre ellos sin necesidad de que les recompensen más tarde por esa conducta.
- Entre los 2 y los 3 años, los niños no solo identifican y rechazan el comportamiento violento, sino que, además, son capaces de defender a las víctimas.
De este modo, la idea que mantenía Thomas Hobbes sobre que la maldad es un instinto innato no es algo que se aprecie en ningún momento en nuestros bebés.
Nacemos siendo buenos, pero qué ¿pasa con el «gen de la maldad»?
Para responder a la cuestión de si nacemos siendo buenos, siempre es interesante compartir el caso del científico James Fallon. Él, por así decirlo, vino al mundo con una tendencia (supuestamente) innata hacia la maldad. Esto último, lo descubrió de manera casual. El doctor Fallon era uno de los mayores expertos en psicopatía. Pasó gran parte de su vida investigando este comportamiento en las instituciones penitenciarias.
Descubrió que los psicópatas violentos presentan una serie de particularidades neurológicas: baja actividad en ciertas áreas de los lóbulos temporal y frontal, estructuras estas relacionadas con la empatía, los valores morales y el autocontrol. Asimismo, para comprender este comportamiento, también tuvo en cuenta los estudios sobre el conocido como gen de la maldad, el MAOA.
Las particularidades cerebrales o genéticas no nos determinan
Bien, en medio de estas investigaciones, James Fallon tuvo un impulso. Realizarse él mismo estas pruebas. Así, descubrió que también él poseía ese gen y que, además, disponía de esas mismas particularidades cerebrales. Más tarde investigó sus antecedentes familiares y pudo ver que entre sus antepasados había varios asesinos; la más conocida era Lissie Borden (la asesina del hacha)
¿Qué lección aprendió el doctor Fallon que podemos quedarnos para nosotros? Podemos descubrir algo esencial. No importan nuestros antecedentes genéticos. Tampoco nos determina una anormalidad cerebral, en absoluto. Lo decisivo es haber crecido en un entorno afectuoso como el que él tuvo.
El amor, la seguridad y un entorno familiar y social favorable son los que ponen los moldes. Esa es la auténtica clave y nuestra mayor responsabilidad.
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